11/04/2022 00:30
Actualizado 11/04/2022 08:22
En 1981, François Mitterrand era un socialista devoto. Estaba decidido, junto con sus ministros comunistas y bajo un vigoroso programa de nacionalizaciones en industrias clave, a transformar la economía francesa de privada a pública, contra el conglomerado de multinacionales que dominaría Francia si el gobierno no actuaba con urgencia. Había un objetivo noble: impulsar reformas sociales, económicas y fiscales para «una recuperación justa» sin dejar a nadie atrás. Las empresas de defensa, energía, farmacéuticas, bancos y otras organizaciones quedaron bajo el poder del estado en un instante. Pronto tuvo que adaptarse a sus circunstancias reales.
Sin embargo, su éxito político, como tantas veces se ha escrito incorrectamente, no fue la «cohabitación» o el «giro al centro». Esa es la historia escrita desde la derecha: como siempre confundiendo táctica con estrategia. La lección que dejó Mitterrand fue que tras perder las elecciones parlamentarias por la derecha, supo cambiar de roles para ampliar su posición. Pasó de jefe de un partido a presidente de un nuevo espacio. A partir de ese momento, diluyó con maestría todos los temas de oposición y el sentido de cualquier candidatura alternativa, se apropió de sus asuntos y se convirtió en el mejor intérprete del entorno en el que vivía.
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El simbolismo es decisivo en la construcción política. Dos tanques rusos con la palabra «Wolverines» pintada en ellos han sido vistos en las redes sociales. Es una referencia al grito de batalla de la película Red Dawn de 1984, que narra una ucronía en la que la Unión Soviética invade EE.UU. y los protagonistas de la película son unos adolescentes de Colorado. Amanecer rojo, hermosa expresión que encontramos no para analizar una hipotética invasión soviética en nuestro país que no será, sino para contar los próximos pasos de los “restauradores”, sobre todo ahora que Andalucía se calienta.
El presidente ha visto claramente la señal contra el ruido. El non paper de dos opositores de toda la vida como España y Holanda a una reforma de las reglas fiscales que obligue a la UE a permitir estrategias de consolidación específicas para cada país es un éxito absoluto, se logre o no, como sucedió con la gira europea para certificar España y Portugal como «isla energética». Es una jugada inteligente que rompe la lógica de bloques en un contexto altamente endeudado y se enfoca hábilmente en el crecimiento económico y la creación de empleo.