La familia Ortega dirige el único cine que permanece abierto en Puerto Rico desde hace cuarenta años. Durante estas cuatro décadas las historias se fueron sucediendo y el negocio fue cambiando, pero hay generaciones como la de los ochenta, que siempre serán fieles al cine ya Ortega.
A pesar de que muchas generaciones se han bautizado a lo largo del tiempo, pocas se han reconocido tanto en él como la década de los 80. Permítanme incluirme, porque siento que la nuestra fue una generación que disfrutaba de las pequeñas cosas como comer un sándwich de mantequilla de azúcar mientras viendo en la tele a Daniel el Travieso, luciendo parches en el pantalón de chándal que eran el símbolo de las batallas perdidas contra el suelo puertollano, o la interminable tarde de fútbol callejero que terminó cuando el dueño de la pelota fue levantado al escuchar cerca el llanto de su madre, que sonaba como una llamada para cenar y «no saldrá mañana».
Pero los 80 también fueron la última generación cuya recompensa por portarse bien durante la semana era ir al cine los viernes y alquilar una película y un videojuego de SEGA Mega Drive en el videoclub que cogimos para divertirnos casi sin parar todo el fin de semana, ya que sentimos que esto era lo máximo que podían darnos.
El cine, como Dragon Ball, es indiscutible en nuestras vidas. Fuimos la última generación de VHS y el nacimiento del DVD. Repasamos las películas de Chaplin y las películas de «Fat and Skinny» en blanco y negro. Fuimos nosotros quienes elegimos “El Rey León” como la película de nuestras vidas nada más verla, porque nos sentimos reconocidos en Simba. Éramos pequeños leones que una vez tuvieron toda la responsabilidad del reino. Nosotros fuimos los que, a pesar de todos los artilugios de Buzz Lightyear, fuimos leales a Buddy.
Con los años también llegaron Woody Allen, Tim Burton y Clint Eastwood, que ya era mi padre y hasta mi abuelo, que nunca llegó a tener su Gran Torino.
En las sillas de los Ortega Multicines a veces nos reconocemos en la mirada atenta de Totó deslizándose entre las cortinas, cuando algunas escenas revelaron lo que solo habíamos intuido en nuestros pensamientos. Así era también Raquel Ortega, hija de Primi, que posiblemente fuera la chica cinéfila más afortunada de su generación en Puertollano. Ella, recuerda Lanza, creció entre películas. “Desde chico venía con mi padre y ayudaba en la taquilla, en la sala, o mejor dicho me fastidiaba”, se ríe al recordar su infancia.
Entrevista a la gerente de los Multicines Ortega / Carlos Díaz-Pinto

Al igual que el protagonista de «Cinema Paradiso», dice que de niño yo era muy travieso. Solo había una sala en el cine y para ir al baño había que entrar. Cuando se emitían películas con un contenido un poco más explícito, siempre pasaba que me daban ganas de ir al baño, hasta que un día me encontraron mirando y me hicieron orinar en un paragüero de la entrada». Ahí terminaron las coincidencias y surgieron las ganas de seguir creciendo.
Cuarenta años después, está a cargo del cine, que emplea a ocho personas, sorteando la grave crisis del sector para mantener abiertas las puertas de los Multicines Ortega, que buscan constantemente “para realizar nuevas actividades. de público”, o lo que es lo mismo, pone en valor el negocio como hacían décadas atrás su padre y su tío, haciendo pequeños sorteos al final de las proyecciones de películas, y convertía el lugar en una especie de feria.
Uno de los mayores problemas a los que se enfrenta actualmente la gestión de las pequeñas salas radica en el elevado coste de distribución: las entradas siempre serán infinitamente menores. Por otro lado, la subida de impuestos o facturas como la luz, hacen que las facturas a final de mes sean confusas “sólo en luz, el mes pasado pagamos 14.000 euros. Imagínate mi cara cuando vea el recibo». Por todo ello, ha estado el problema de la pandemia que ha puesto a muchas empresas en el piloto y que ha provocado el descenso de la producción.
Para Ortega, “el cine es un lugar donde se tejen recuerdos para toda la vida. Recuerdo muchos momentos en este lugar y siempre lo relaciono con las películas que vi en esos momentos”. Entre su lista de películas favoritas está «Cinema Paradiso» o «La vida es bella» que «serán las que elegiría para ver en la Sala 5» y su asiento favorito, que es el del fondo de la sala, en el medio de una fila de tres, justo adentro a la derecha. «Estoy justo en el medio. Pongo las palomitas a mi izquierda y la Coca Cola a mi derecha”, recrea como si la película ya se estuviera proyectando en la pantalla.
Para Ortega, “el cine es un lugar donde se tejen recuerdos que duran toda la vida» / Carlos Díaz-Pinto

Caminar por los pasillos del único cine en Puerto Rico es reconectar con los cuarenta años de su historia, no solo del negocio en sí, sino de nuestras propias vidas, porque gracias al cine Ortega, aquellos en los años ochenta tuvimos la oportunidad de invitar a la niña que nos gustaba a agarrar las palomitas y lavarse las manos cuando el ritmo de la comida estuviera sincronizado con ella; y de paso, la enseñanza en que consiste la vida, sincronizar y disfrutar de los pequeños momentos como en el “Diario de Noé”, pero sin tener que tumbarse en la calzada para ver el cambio de color de los semáforos.
Tuvimos la suerte de hacer cola para ver a Jordan interpretar a Bugs Bunny e incluso reemplazar a Mr Bean con «Men in Black» en el último minuto en el ’97. Por culpa de Multicines Ortega nos enamoramos a primera vista de Amèlie. e incluso cambiamos el “opcional maria” por aprender francés por si lo encontrábamos.
Nos metimos en las bandas sonoras de Ennio Morricone, las películas de Spielberg e incluso imitamos la voz de Torrente. En ese revoltijo de títulos que se acumulan con la mudanza de la casa, el director de cine afirma que “ahora somos un poco de ese tipo de títulos que logran llenar las salas. Esperamos que algunos de ellos vengan este año, porque es muy necesario volver a involucrar a la gente”.
A la derecha del edificio se encuentra la parte antigua, que fue donde comenzó la historia de un cine de personajes. Las paredes de mármol y su antiguo casillero son evidencia de cuarenta años de aspirar a aumentar los números.
En el segundo piso se encuentra la «trastienda», con antiguas máquinas de proyección, líneas de carretes y máquinas actuales que siguen haciendo magia, aunque con códigos y símbolos binarios.
Recorrer los pasillos del único cine de Puertollano es reencontrarte con sus cuarenta años de historia / Carlos Díaz-Pinto

El reloj marca las 19:30 horas, comienza la primera función de la tarde. En la sala llega el sonido de los primeros espectadores en llegar. Desde la distancia huele a palomitas de maíz. Se siguen escribiendo historias en los pasillos, tras lo cual Raquel busca una generación que tome el mando del cine para seguir llevando el apellido Ortega en Puertollano. “En este momento mi hija parece tener su vida enfocada en la música y alejada del cine, pero nunca se sabe. Por supuesto que quiero que la saga familiar continúe».
Nos dirigimos al parking, donde solo hay unos pocos coches y una pared blanca gigante al fondo que nos recuerda que en verano también había un cine al aire libre en Puertollano hace mucho tiempo, pero esa es otra historia que quizás algún día lo recordaremos, como los días de Motoreta en los veranos de los 80.