Era alto, corpulento, de andar un poco lento y descuidado. Todavía vestido de negro, estaba prácticamente calvo y tenía unas pobladas cejas negras sobre sus ojos pálidos y ligeramente profundos. Nada enamora más que sorprender a un estudiante dormido, cuchichear en la calle o descubrir una revista abierta debajo del escritorio. “No puedo con mi temperamento”, repetía para justificar sus berrinches.
Amadeo Florentino Jacques nació en París el 4 de julio de 1813. A los 24 años se doctoró en letras, se licenció en la Sorbona y luego en ciencias naturales en la Universidad de París. Por sus ideas republicanas, Napoleón le obligó a exiliarse junto a personalidades de la talla de Tocqueville, Quinet, Michelet, Victor Hugo y Jules Simon. Fue el único que eligió América y se instaló en Montevideo, donde pudo vivir como fotógrafo y organizar una clase gratuita de física experimental. La miseria de la que salió no lo llevó a venir a la Argentina, donde deambuló por muchas provincias. Fue agrimensor, fotógrafo, retratista, panadero y hasta se dedicó al cultivo de la caña de azúcar. En Santiago del Estero se casó con Benjamina Martina Augier.
Peleándose con su padre, se instaló en Tucumán donde fue nombrado director del Colegio Nacional. Entre 1858 y 1862, Jacques planeó equiparlo con un museo, un laboratorio químico, una estación meteorológica y una biblioteca pública. El colegio fue la primera institución de educación superior de la provincia y sus planes sirvieron de base para lo que luego sería la Universidad de Tucumán.
Renunció en septiembre de 1860 y el vicepresidente Marcos Paz le ofreció un puesto de profesor en el Colegio Nacional de Buenos Aires. El establecimiento estaba regentado por el cura José Eusebio Agüero, un anciano bondadoso y cariñoso que había sido capellán del ejército del general José María Paz. Cuando murió en 1864, Jacques se convirtió en rector. Ya era profesor de física en la UBA.
Llegaba todos los días a las 9 a. m. y si faltaba algún docente preguntaba a dónde iba el programa y continuaba con el siguiente contenido. Así con todas las materias excepto inglés. Jacques es quien ha formulado un completo programa de licenciatura en ciencias y letras.
“El Estado le debe educación al pueblo”. Desde ese inicio que hizo suyo, el presidente Bartolomé Mitre firmó el 14 de marzo de 1863 el decreto 5447 que crea el Colegio Nacional de Buenos Aires, sobre la base del Seminario y el Colegio de Ciencias Morales. Se han estudiado letras y humanidades, ciencias morales y ciencias físicas y precisas. A partir de un proyecto educativo en el que tuvo mucho que ver Eduardo Costa, Ministro de Instrucción Pública, se buscó la formación del individuo a través de la cultura general para responder a los interrogantes de la vida argentina.
Mitre quedó gratamente impresionado cuando supo del Colegio del Uruguay, fundado por Justo José de Urquiza, y más aún cuando supo que lo recaudado en la aduana entrerriana se destinaría a su sostenimiento. Lo primero que ordenó Mitre fue el convenio de 40 becas para niños de escasos recursos desde adentro. Lo de las becas no era nada nuevo, porque el Colegio Nacional de Buenos Aires tenía una larga y rica prehistoria.
Amadeo Jacques dio a la docencia un impulso transformador al introducir nuevas ideas científicas de Europa y planificar la educación a partir de una enseñanza que buscaba preparar al alumno para “aprenderlo todo”.
Junto a Juan María Gutiérrez, elaboró una obra muy importante, el Plan de Instrucción Pública, que tuvo una importante influencia en los planes educativos. También fue profesor de física y química experimental, y escribió un curso de filosofía, publicado en Francia, que fue la base para la enseñanza de esta disciplina en Argentina.
Todo sucedió en la llamada “Bloque de las Luces”, actualmente entre las calles Perú, Alsina, Bolívar y Moreno. Ese nombre salió de la pluma del periodista del diario El Argos, publicado en su 1 de septiembre de 1821. En esa propiedad, los jesuitas habían construido el templo de San Ignacio y también tenían un depósito donde vigilaban las ganancias de los diversos Las misiones se extendieron por una vasta zona que ni siquiera era virrey. Allí comenzó a funcionar el Colegio de San Ignacio, cerrando sus puertas con la expulsión de esa orden religiosa en 1767.
Luego, en 1772, el virrey Juan José Vértiz ordenó la apertura del Colegio de San Carlos, que tenía una capacidad para 60 reclusos. Su primer director fue el sacerdote Juan Baltasar Maziel. Cornelio Saavedra, futuro presidente del Primer Consejo, estudió hasta 1776, año en que se gradúa Juan José Paso. Por sus clases también pasaron entonces Mariano Moreno, nacido en 1796, el clérigo Manuel Alberti, graduado en 1781 y Juan Martín de Pueyrredón, en 1795, entre muchos otros.
Para 1810, la escuela estaba inactiva y sus estructuras muy deterioradas, por lo que primero se usaron como cuartel de tropas hasta la invasión inglesa y hasta 1810. Allí, en diciembre de 1811, en los lugares ocupados por el Regimiento Patrick, tuvo lugar la famosa «Lucha de las Trenzas».
En 1817 el director y ex alumno Juan Martín de Pueyrredón decidió reorganizarlo bajo el nombre de Colegio de la Unión del Sud. La inauguración, prevista para el jueves 9 de julio de 1818, fue aplazada hasta el día 16 por fuertes lluvias. esa semana. Antes del Te Deum en la Catedral, la ceremonia de apertura fue en San Ignacio. El diario La Gaceta escribió que era el trabajo más grande del gobierno. Se han otorgado 47 becas, gracias al aporte de particulares y funcionarios gubernamentales y militares, que han donado entre el 1 y el 3% de sus salarios para este fin.
Los requisitos para ingresar eran tener al menos 10 años de edad, y estar educado en las primeras letras. En la ceremonia de admisión, los estudiantes, con la mano derecha apoyada sobre el evangelio, debían prestar juramento. El régimen era estricto: tenían que ir a confesarse y comulgar, tenían prohibido portar armas, jugar a las cartas o a los dados, entrar en otras habitaciones y, por supuesto, leer libros contrarios a la religión, al Estado y a las buenas costumbres. .
Tenían dos meses de vacaciones, y quince días al año los alumnos pasaban tiempo en la quinta de la escuela, en la famosa Chacarita de los Colegiales. Ubicado sobre la carretera entre Buenos Aires y Luján, era un inmenso predio de 2.700 hectáreas, cuya entrada estaba ubicada en lo que hoy es la avenida Luis María Campos. A legua y media de profundidad, casi llega a lo que hoy es Ramos Mejía. Los estudiantes y profesores pasaban el verano en el campo, pero también trabajaban en la siembra de cereales, hortalizas y la cría de ganado. Durante el gobierno de otro ex alumno, Bernardino Rivadavia, se dispuso la creación del pueblo de Chorroarín en 1826. Posteriormente, en tiempos de Rosas, se utilizó como lugar de reclusión de los indígenas.
En esa época, «La Manzana de las Luces» tenía, además de la escuela, la Universidad de Buenos Aires (fundada el 12 de agosto de 1821), la biblioteca pública, la academia de dibujo, de inglés y francés. El Tribunal de Cuentas y el Archivo General también tenían sus propias oficinas.
En 1823 la institución pasó a llamarse Facultad de Ciencias Morales. Rivadavia, como Ministro de Gobierno, ha ordenado la entrega de 6 becas por provincia para estudiantes de escasos recursos del interior. Uno de los consultados fue Domingo Faustino Sarmiento, de San Juan, quien no fue seleccionado. El afortunado ganador fue Juan Bautista Alberdi de Tucumán, pero fue expulsado el 9 de diciembre de 1824 por el rector Miguel Belgrano (hermano del creador de la bandera) «por su aversión al estudio», y por ser lo único. lo que le interesaba era la música.
Cuando Juan Manuel de Rosas llegó al poder, alegó problemas de presupuesto y se desvinculó del colegio, pasándoselo a los jesuitas. En 1848 reabrió con el nombre de Colegio Federal Republicano, dirigido por Marcos Sastre. Con la caída del pastor Rosacruz, el pastor Obligatorio lo transformó en la Escuela Seminario de Ciencias Morales.
Después de 1865, el colegio fue reciclado, lo que le permitió ampliar su matrícula. En 1876 se había abolido el internado. El edificio original, que había comenzado a construirse en 1661, sufrió varias modificaciones. Fue renovado entre 1884 y 1885. El antiguo edificio finalmente fue demolido y la nueva construcción comenzó en 1908. Se inauguró el 21 de mayo de 1938 y fue declarado Monumento Histórico Nacional en 2016.
Sería muy extenso enumerar las personalidades de las distintas esferas, que se formaron en el aula de la escuela “Nacional Central”, como se la llamó a fines del siglo XIX, presidentes como Roque Sáenz Peña; Carlos Pellegrini; Marcelo T. de Alvear y Agustín P. Justo. Oficialmente, desde Bernardo de Monteagudo, Manuel J. García, pasando por Aristóbulo del Valle, Luis María Drago, Amancio Alcorta, Estanislao Zeballos, hasta Carlos Corach, Roberto Alemann y Martín Lousteau, entre muchos otros. Gobernadores como Juan Gregorio Las Heras, Manuel Dorrego, Martín Rodríguez, Antonio Aberastain, Nicasio Oroño y José Luis Cantilo. Médicos de la talla de Guillermo Rawson, Juan Argerich, Ignacio Pirovano, Luis Agote, Alejandro Korn, José Ingenieros, Enrique Tornú, Salvador Mazza o Florencio Escardó, por citar algunos. En la escuela se han formado cientos de científicos e investigadores de renombre internacional, como Carlos Saavedra Lamas y Bernardo Houssay, ganadores del Premio Nobel, el primer ganador del Premio de la Paz y el segundo ganador del Premio Nobel de Medicina.
Hasta Fernando Abal Medina, Carlos Ramus y Mario Firmenich, fundadores de Montoneros. Son 108 alumnos y exalumnos de la escuela víctimas de aquella violenta década de los setenta. Y si faltan los testimonios, hay algunos recuerdos interesantes que refleja Miguel Cané en su obra «Juvenilia», desde que era estudiante, entre 1863 y 1868.
En su salón principal, de 11 metros por 30 metros, se alza un órgano alemán de 1919 con 3600 tubos. En este contexto se pronuncian diversas personalidades, tanto del país como del extranjero, como es el caso de Albert Einstein en 1925, donde dictó una serie de conferencias y fue investido doctor honoris causa. El científico escribió que «los jóvenes siempre son agradables e interesados en las cosas».
Fue otro ex alumno, Roque Sáenz Peña, quien, como presidente, firmó en 1911 el decreto que establecía la anexión del Colegio Nacional de Buenos Aires a la Universidad de Buenos Aires. En esa época, el poeta Ricardo Rojas, quien llegaría a ser rector de la UBA, la definió como “el colegio de la Patria”.
La repentina muerte de Amadeo Jacques el 15 de octubre de 1865, a causa de un infarto, impresionó profundamente a los estudiantes por el aprecio que le tenían. Ellos fueron quienes llevaron en mano su féretro al cementerio y quienes colaboraron para erigir un monumento en su memoria en Recoleta.
Era que era un maestro que había dejado su huella en una escuela que había hecho historia.
Fuentes: El Colegio Nacional de Buenos Aires, por Gustavo A. Brandariz. Dibujos de Carlos Moreno. Fotografías de Carlos M. Blanco. Instituto de Investigaciones Históricas Manzana de las Luces. Buenos Aires, 2010 – Juvenilia, de Miguel Cané – Rector Lic. Valeria Bergman,