Salvador Rodríguez López, sentado en su mecedora, nos contó una calurosa tarde en un Veracruz pasado que había salido de su natal Tlacotalpan, un año después de que los «Gringos» asaltaran el puerto de Veracruz.
Fue cuando los “rebeldes” comenzaron a arrasar la zona de la cuenca y poco se apreciaba la vida de un modesto pescador.
Salvador contó una anécdota especial. Una mañana, doña María López, su madre, lo mandó a vender dulces de leche al mercado. Salvador se dedicó a vender sus mercancías sin problema aparente, pero de pronto un chico mayor que él intentó tocarlo.
A pesar de que el niño era mayor, Salvador nos dijo que evitó al ladrón «cargando» al abusador grave.
Con el paso del tiempo y en pleno apogeo de la revolución, una tarde pescando en Papaloapan, Salvador y unos amigos se topan con una serie de «rebeldes». Sorpresas de la vida, el que venía al mando era el Pillastre que intentaba robar bienes.
Salvador finalizó la historia diciendo que el ‘rebelde’ lo reconoció y aceptó que había hecho algo malo al robarle sus dulces, y que si estaban en la ‘bola’ era por ese tipo de cosas para evitar injusticias.
Conclusión: Salvador la liberó ese día, pero no quiso correr el riesgo de ser arrastrado a la «bola» y mejor un día tomó el tren y vivió en el animado puerto de Veracruz.
Habían pasado unos 25 años sin que el escritor volviera a escribir a Tlacotalpan. Cuando Salvador estaba vivo, veníamos de vez en cuando y le decíamos al único familiar que se veía porque siempre estaba en el muelle: Mecho Alegría.
A mi abuelo y a mi padre siempre les disgustaron las relaciones sociales, mi padre seguía llevándonos esporádicamente a Tlacotalpan a vivir con la familia Romero, las visitas eran pocas, tal vez cuatro y siempre recuerdo a doña Aleja, a don Fauto ya doña Martha con mucho cariño.
Así que hace unos días regresé a la tierra de mis mayores, en una visita especial, acompañado de un grupo muy generoso de amigos.
Para empezar, el equipo multiétnico y multidisciplinar estaba formado por: José Manuel, español y educador, Matías y Andrea, matrimonio de ascendencia suiza, politólogo y el otro ambientalista, y Gloria, Jaliciencie, francesa. Maestra y rebelde rebelde.
Me sentí como un tipo importante y feliz, viajando con lo que imaginaba observadores de la ONU. Durante el viaje se hablaba francés, idioma que mastico pero no domino, (situación que merecía una buena palmadita, con la que mi lengua siempre estuvo abierta) una anécdota que se hizo eco de la idea de un nuevo libro titulado: «Cómo fácil es aprender francés en 180 kilómetros” (Recordar el ida y vuelta).
Este viaje fue maravilloso, sin la presión familiar de antaño (visitar, comer y salir) me di a la tarea de recorrer la ciudad, que a diferencia de cuando la visitaba de niño, hoy con hermosos colores, caminos tapizados y brillos limpios.
Haré que Tlacotalpan “brille más que nunca”: Alejandra Matías Fierro

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Los colores vivos, la paz, los olores que confluyen en una ciudad que es cuna de hombres y mujeres ilustrados, como Enriqueta Camarillo, Juan de la Luz Enríquez, Juan Malpica Silva, Alació Pérez, Gonzalo Aguirre, Humberto Aguirre .Tinoco, Agustín Lara y los que acumulan porque este es un país riquísimo en general que crece a castigo de la naturaleza, como decía Salvador Díaz Mirón: “La palmera crece en la orilla que baten las olas”.
Me alegra que las nuevas generaciones también estén poniendo su granito de arena para salvar y difundir la cultura en la base, como Mario Cruz, que apuesta con su mujer por un foro de cultura: ‘Night Light’, un cine club organizado, fandangos y talleres (www.thechairtharocks.com).
Gloria no deja pasar la oportunidad y toma una Jarana de Mario, nos deleitan con el «Agua Miel» en un enorme «Palomazo».
Capturo imágenes surrealistas para mi alma, observo nadando en las aguas turbulentas del Papaloapan, pequeñas “Nacas” destripadas, arrojadas al río luego de realizar una abducción no deseada, flotan inertes, vacías. Es la temporada de la «Hueva de Naca» y las bolsas con el manjar exquisito se venden a la vera del camino.
Carlos Vives se encarga, está atento a lo que le pide el grupo de observadores internacionales. Comienzan a desfilar suculentos platos, para un festín de monarca. Los suizos, que además de todos sus estudios en reconocimiento internacional profesan el guadalupanismo social anarco, como Manuel y Gloria, prueban con una delicia el pampano empapelado y la mojarra con mojo de ajo.
La conversación francófila continúa y las exclamaciones de alegría me contagian tanto que creo haber avanzado al nivel 2 del idioma de Víctor Hugo, ya estoy gritando, «¡je sui trés heureux!» y todo es Jolie Bon!
Es hora de partir y el grupo Internacional Anarco Guadalupanos va a presentar sus respetos a la Virgen de la Candelaria, mientras yo, creyente devoto, de la Asociación Creacionista Humanista, decido ofrecer a Baco y «Blanca Nieves». típica cantina, donde el tiempo se detuvo y si no fuera por la insistencia de los turistas suizos y la mirada desaprobatoria de Gloria, me hubiera quedado a escuchar las anécdotas del tío Tobías por una eternidad y un día más.
Un viaje en cuerpo y alma, lleno de anécdotas que perduran en mi memoria y me dan la oportunidad de continuar con la tradición que inició Salvador Rodríguez López en el siglo pasado, les cuento a mis nietos cómo es la tierra de sus mayores.
Autor: Miguel Salvador Rodríguez Azueta (@miguel_salvador)
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